Babilonia 3045

Copiar referencia Retiro, CABA, Argentina


Desgarraba el horizonte una torre demasiado alta, arañaba el techo de Babilonia; la ciudad de las mil murallas, con un ladrón nacido en la puerta.

Gabriel estaba allí, como un ángel negro, flotando en el callejón.

Estaba desnudo, envuelto en una especie de lino, y se le veían todos los huesos del cuerpo.

Sus cicatrices corrían a lo largo de sus brazos y tenía una herida larga y torcida que bajaba desde una oreja y terminaba en una llaga sintética.

Tenía la columna torcida, como si lo hubieran partido por la mitad. Había sido modificado hacía mucho tiempo, era uno de los primeros híbridos ADN-Máquina.

Te tendió una mano. Podías ver todos sus dientes, que no eran normales de ninguna manera. Estaban torcidos, eran puntiagudos y largos.

Diste un paso atrás, asustada, pero sus ojos se encontraron con los tuyos.

Eran de un verde profundo y oscuro, una oscuridad únicamente comparable con la que se había cernido a tu alrededor aquella vez en el desierto, en el foso de las serpientes. Así eran los ojos de Gabriel.

—¿Tú eres el Mesías? —preguntaste.

—Lo soy. Mis ojos pueden ver en la oscuridad. Mis manos sienten las vibraciones de la tierra. Puedo oler la muerte. Puedo oler la eternidad. No lastimo a las personas. Solo mato.

Lentamente sacaste tu cuchillo.

—A mí solo me importa la ley —afirmaste.

—¿Y qué cosa es la ley para un natural?

—Quiero asegurarme de que aquellos que lastiman a otros, que lastiman a sus hermanos, sean castigados. Es lo que hago. Es la única manera.

—¿Pero por qué lo harías si la justicia no existe?

Te congelaste.

—Sí —continuó Gabriel—. Lo he visto. El libro está equivocado. Nada existe. El universo es un agujero totalmente vacío.

Le pusiste el cuchillo en la mano.

—Entonces, ¿a quiénes estás salvando a Mesías? —preguntaste—. Sabes lo que tienes que hacer con ese puñal. No sigas con esto.

Te alejaste de él, antes de que pudiera agarrarte.

—¿Sabes cuál es el castigo por la nigromancia? —continuaste.

Te miró sin pestañar. Ya conocía la respuesta.

—Muerte —dijiste para desvanecer cualquier duda.

Te dedicó una mueca triste y decepcionada, antes de escupir su verdad:

—Estaba acostumbrado a esta vida de híbrido desde hacía mucho tiempo. Lo recuerdo. Los híbridos podemos hacer tantas cosas, ir a tantos lugares que ustedes, naturales, jamás podrán ver. Al principio era un rebelde, siempre saltaba sobre las paredes para conseguir lo que quería. No mucho después de que nos conocimos, me obsesioné con el Abismo. Quería ver cómo funcionaba el Universo, quería ir al otro lado, así que lo hice. Pensé que era único. Solo yo, el Mesías. Y entonces fui y vi con mis propios ojos. Sombras , esqueletos, demonios y cosas que ni siquiera podrías imaginar. Los traje a mi casa. Hice un camino al Abismo. Hice ese trabajo, hasta que me consumió. Todo lo que pude hacer fue resignarme, entendí que todos pertenecemos al Abismo, que mi misión era devolverlos allí. Los vi caer uno por uno al Abismo. Los vi jadeando desesperados por aire. Luego vi ese vacío. Le rogué al Abismo que me dejara morir, pero no destruyó mi cuerpo. No aprendí a detenerme. Dejé que el Abismo me destruyera, y luego me convertí en lo que él quería. El Mesías. La Máquina de la Muerte.

—Sabes que no puedo permitir que nadie regrese del Abismo. Detén toda esta locura.

Miraste tu cuchillo. Estaba cubierto de sangre.

—¿Y este es el final? —preguntó.

—No, este es un nuevo comienzo.

Diste media vuelta para abandonar el callejón.

—¿Y ahora qué?

—Ahora, a esperar el Más allá, o la nada, lo que te encuentre primero —respondiste secamente.

Un rugido se abrió paso a través de la oscuridad, llameando con el color del amanecer. Era un rugido que se escucha una vez en mil vidas.

Doblaste la esquina y retrocediste hacia el vacío de una noche que todavía estaba viva. Como siempre, esquivaste la luz, buscando sediento el abrigo de las sombras. 

De nuevo desapareciste lentamente en la noche de los tiempos.


📷 Retiro, Buenos Aires.

Desgarraba el horizonte una torre demasiado alta, arañaba el techo de Babilonia; la ciudad de las mil murallas, con un ladrón nacido en la p...

Las letras y el café combinan bien


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