Uribelarrea


Al visitar el pintoresco pueblo de Uribelarrea tuve un sentimiento extraño. Percibí que guardaba un secreto macabro. Pude encontrar confirmación en las miradas esquivas y los frecuentes susurros apenas audibles de los lugareños. Entre conversaciones a medias y miradas furtivas, me contaron la historia que ha perdurado en el tiempo como un secreto guardado celosamente: el mito del tren fantasma. Pero descubrí rápidamente que investigar sobre esta enigmática historia no sería tarea fácil; aquellos que la conocen prefieren guardar silencio, mientras que los que no la conocen prefieren no preguntar, sumiendo así esta leyenda en una mayor profundidad. Esto es lo que pude saber:

Los habitantes murmuran sobre este tren que parece surgir de la nada en las noches de luna llena, a las tres de la mañana, como un espectro que desafía al olvido. Serpentea en los confines olvidados del pueblo de Uribelarrea, sus vagones crujen como si fueran huesos viejos mientras aplastan los destartalados rieles que apenas se sostienen bajo su peso fantasmal. A su paso, un viento helado que suele levantar tormenta acompaña su silbido sobrenatural, un silbido que penetra hasta los huesos de aquellos lo suficientemente valientes ―o lo suficientemente desafortunados― para escucharlo.

Cuentan las historias que aquellos desdichados que se cruzan con el "Expreso de las Sombras" en su tránsito hacia la oscuridad quedan marcados irremediablemente por el destino. Una marca que los condena a vagar como pasajeros Pullman entre el mundo de los vivos y el de los muertos, atrapados en una encrucijada entre el presente y la eternidad. Dicen que están destinados a arrastrar los susurros del pasado consigo, como sombras errantes en busca de redención, hasta que en el fin de los tiempos el último silbido del tren fantasma los reclame como suyos para siempre.

A los uribelarrenses no les gusta hablar sobre los que nunca volvieron ―ellos los llaman pasajeros―, pero cada familia tiene uno. Ni siquiera entre padres e hijos se habla sobre aquel abuelo que se fue para siempre, porque es de mal augurio hablar de los pasajeros.

El cotidiano transcurrir del pueblo parece doblegarse a la voluntad de esta leyenda ancestral. Para aquellos que se aventuran a mirar más allá de la realidad, descubren un lugar donde el pasado y el presente se entrelazan en lo inexplicable. Aquí, los secretos del universo se revelan entre susurros nocturnos, como si el velo entre los mundos fuera más delgado en este pueblo que en cualquier otro lugar. En este rincón olvidado, donde la magia y la realidad se fusionan en un abrazo misterioso que desafía la comprensión humana, el "Expreso de las Sombras" sigue su eterno viaje, recordando a todos que, en Uribelarrea, el tiempo no es más que un capricho pasajero.


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Vía Javier E.G. Andújar (@finalescerrados) • Fotos y vídeos de Instagram

Pasó tan de golpe que no pude anticiparlo. ¡Hoy alcanzamos el millón de lectores! Gracias a todos por su virtual presencia, se siente muy real.

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Candados

La joven pareja se miró a los ojos en el puente.

—¿Creés que funcione? —preguntó ella.

—No lo sé —respondió él sonriendo—. El amor cambia, los candados no.

La joven pareja se miró a los ojos en el puente. —¿Creés que funcione? —preguntó ella. —No lo sé —respondió él sonriendo—. El amor cambia, ...

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Sospecho que los castigos del infierno son más insufribles por la rutina que por el castigo.

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Amaterasu del sur


Como un gaucho que sale con su mate a recibir al sol en la vastedad de la pampa, como un ronin perdido, saliendo a vagar por Nagato, implorando buena fortuna a la diosa del sol, Amaterasu. Amanezco yo también. La experiencia de observar una bola de fuego en el cielo, me une profundamente con todos los que vinieron y se marcharon, con todos los que vendrán y se marcharán. Bañado por la luz del fuego que despunta en el este y contemplando el día que se despliega como un horizonte sin fin, soy otra historia, construida a partir de todas las anteriores: ni gaucho ni ronin, ni en la pampa ni en Nagato, pero con un mate compartido al amanecer y siempre suplicando buena fortuna a Amaterasu.


Como un gaucho que sale con su mate a recibir al sol en la vastedad de la pampa, como un ronin perdido, saliendo a vagar por Nagato, implora...

Creo en la música como índice de mi historia. Cada canción es un tubo de oxígeno para bucear un sentimiento hundido.
Alguien le da play a “Wonderwall” en una birrería y me transporta —sin pedirlo y sin quererlo— al primer beso. La noche se intensifica, las caras se desdibujan y en la profundidad siento los latidos de su corazón. Pasados unos cuatro minutos, salgo a flote —casi—. Apuro el resto de la pinta y sigo hablando boludeces, como si nada hubiera pasado.
¿Habrás llenado ese diario de viajes que solo decía Villa Gesell?
¿Me leerás a veces?

Creo en la música como índice de mi historia. Cada canción es un tubo de oxígeno para bucear un sentimiento hundido. Alguien le da play a “W...