Dragón púrpura

Copiar referencia Villa Devoto, CABA, Argentina

Dragón púrpura

El sol vuelve a salir sobre el yermo relieve de Buenos Aires. Necesito decirles a todos que se preparen.

Rubinstein nos ayudará a teletransportarnos, al menos quiere intentarlo. Dice que su dispositivo está listo, lo llama Dragón púrpura.

Un científico loco podría ser la única chance que tengamos para ganar esta maldita guerra.

No estoy convencido de que sepa exactamente cómo funcionará, no ha probado el procedimiento antes, pero creo que tiene un plan.

También creo que será un calvario doloroso para todos nosotros.

Pasaremos el día ocultos y luego viajaremos por la noche para encontrarnos con Rubinstein, cuando ya esté todo preparado.

Encenderá el Dragón púrpura, y tal vez ese ingenio nos ayude a lograr lo imposible: viajar miles de kilómetros y llegar directamente al inexpugnable corazón del enemigo. Si todo resulta bien, la guerra podría terminar esta misma noche. Sólo el tiempo lo dirá.

Es una noche cerrada. No nos comunicamos por radio desde la masacre de San Cristóbal, aprendimos a seguir ciegamente los planes y los horarios pactados. Miro mi reloj, ya son las 3 a.m., así que empiezo a moverme. Todos deberían estar saliendo de sus escondites ahora mismo, en dirección al punto de reunión, el laboratorio de Rubinstein. 

No puedo ver a los drones, pero de vez en cuando los escucho; están ahí arriba, no hay dudas. Por eso usamos mantas térmicas y avanzamos lentamente entre los escombros, evitando las calles.

La caminata es extenuante, el punto de reunión está en una zona prácticamente inaccesible: Villa Devoto. Pero finalmente me estoy acercando al lugar, veo movimiento adelante. El negro y Ramón ya están aquí, llegaron primero. Nos recibe un tipo peludo, alto y de complexión robusta, se hace llamar Ancho. No es de nuestra unidad, lo mandan desde arriba, y trae la bomba H que tendremos que usar.

Esto no parece un laboratorio, solo son más ruinas. Leo las coordenadas de nuevo y las compruebo, estamos en el sitio correcto. El Ancho silba y señala hacia abajo. Debe haber percibido mis dudas. Es un laboratorio subterráneo.

El piso bajo mis pies se está moviendo, doy un paso al costado, una escotilla se abre. Es Rubinstein que asoma su calva cabeza y nos hace una seña para que entremos. Bajo las escaleras en primer lugar, el resto me sigue.

Miro a Rubinstein y le pregunto:

—¿La máquina ya está lista?

—¿Qué máquina? —responde.

No entiendo por qué se hace el misterioso, ¿acaso no sabe que ya conozco todos los detalles del plan? Debe pensar que soy un soldado más.

Avanzamos por el sótano. Veo seis esqueletos  a un costado, vuelvo a mirar a Rubinstein. Esta vez no le pregunto nada, pero lo observo de tal forma que se siente obligado a responder: «De alguna forma tenía que alimentarlo. Ya estaban muertos cuando los encontré».

Siento palpitaciones en mi pecho, creo que Rubinstein está completamente loco. Esta misión fue un disparate desde el primer día. ¿Teletransportación? ¿Cómo pudimos creer algo así? Es sorprendente lo que puede hacer la desesperación. La guerra está perdida.

Seguimos avanzando, doblamos en un largo pasillo. No puedo creer lo que veo al fondo, velado, entre penumbras. Me siento débil, debo estar pálido. No puede ser… ese fulgor… esa respiración…

Rubinstein pone una mano sobre mi hombro y mirándome directamente a los ojos dice: «Comandante: la teletransportación no es cuestión de ciencia, es dominio de la magia. Le presento al Dragón púrpura, lo he encontrado, es el último de su especie».



El sol vuelve a salir sobre el yermo relieve de Buenos Aires. Necesito decirles a todos que se preparen. Rubinstein nos ayudará a teletransp...

Las letras y el café combinan bien


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