Doomruul: el cazador

Copiar referencia Jardín Botánico Carlos Thays, C1425 CABA, Argentina

Estatua en al Jardín Botánico de Buenos Aires
📷 Estatua en al Jardín Botánico Carlos Thays de Buenos Aires

Era solo un niño cuando se encontró a sí mismo siendo el único defensor de la humanidad ante milenarias amenazas subestimadas, cuestiones de espíritus y profecías arcanas.

Abandonado por sus padres a los tres años y criado por monjas en el orfanato del pueblo, Benjamín tenía pocas razones para creer en otra cosa que no fuera su arma y su habilidad sobrenatural para dispararle a las sombras.

Cuando llegó a la adolescencia, Benjamín sabía que él era un peligro no solo para los muertos, sino también para los vivos. Sabía que podía matar. Incluso sabía que era un peligro para sí mismo. Pero no tenía miedo verdadero a morir, nunca lo tuvo.

Él era poco más que un arma en medio de una pelea por una causa que desconocía. 

En el fondo sabía que cuando finalmente perdiera el poco control que tuviera sobre sus poderes, se uniría a los espíritus de los perdidos hacía mucho tiempo, y no sería bien recibido en ese lugar.

Sabía también que cuando él se fuera, habría un nuevo amanecer, un nuevo mundo y otro cazador de espíritus para caminar sobre la Tierra.

Benjamín no tenía una verdadera familia. Había vivido al cuidado del orfanato hasta los dieciséis años, para luego mudarse a una pequeña casa frente al mismo orfanato. El alquiler era barato, y no conocía otra vida más que la del orfanato, así que decidió quedarse cerca de las monjas, era una forma de avanzar pero sin dejar de sentirse seguro.

Aunque no sabía lo que significaba tener una familia, ser un protector por las noches le daba un sentido de parentesco con todos los demás.

Los otros internos del orfanato, niños todos, así como algunas de las Hermanas, no habían sido muy amigables con él. La mayoría de ellos parecían tenerle miedo.

Benjamín no tenía amigos con los cuales hablar, honestamente: él no mantenía prácticamente ningún tipo de contacto social significativo con nadie.

La verdad era que Benjamín realmente no quería amigos. Los otros jóvenes le parecían demasiado torpes e impredecibles y nunca hubieran podido comprender lo que él hacía.

Podía ser genuino, amable y leal, pero, para ser sincero: nunca había sentido la necesidad de conocer a nadie.

En el orfanato, Benjamín sabía que algunos de los otros niños lo miraban como a un líder. Era alto, físicamente fuerte y por lo general solitario desde temprana edad.

No era una criatura solitaria de por sí, su propósito lo convirtió en eso. Nació para ser un cazador de espíritus, un tirador que limpiaría al mundo de las almas oscuras atrapadas en este plano y nada más. 

No tenía idea de cuántos más como él podían existir. Aunque disfrutaba de vagar solo por el pueblo y ser un asesino de sombras, fue la oscuridad lo que siempre lo fascinó.

Se sentaba durante horas todas las noches, mirando las nubes o los árboles o las caras de los que pasaban.

Una noche, como tantas otras, se sentó en la plaza del pueblo, recostado contra una estatua para leer un libro y estar lejos de todos por un tiempo. La estatua era de una mujer semidesnuda, había algo fantasmagórico en su expresión.

Estuvo sentado allí durante horas y cuando cerró su libro notó una luz que brillaba desde el interior de un edificio abandonado al final de la calle. Era un edificio en el extremo sur del pueblo, a unos tres kilómetros de la plaza.

Algo sobre el tono verduzco de la luz y el hecho de que las nubes parecían estar empezando a formar un pequeño remolino sobre el edificio, había despertado su curiosidad.

Decidió caminar hasta el lugar, para ver qué era lo que lo estaba esperando.

Mientras se acercaba al edificio, pudo escuchar los suaves llantos de un niño y el tintineo de botellas de vidrio, pero también pudo escuchar otro sonido.

Era el sonido de un saxofón.

Cuando Benjamín fue convocado por primera vez como un cazador de espíritus, su carácter era más severo, se lo tomaba con mucha solemnidad, como un verdugo. A medida que aprendió a conectarse con los espíritus oscuros, se volvió menos grave y menos despiadado, casi que los comprendía.

Los espíritus gritaban “Doomruul” cuando lo veían, él no entendía el significado, pero igualmente había adoptado ese nombre para sí mismo y se había convertido en parte de su vida y su identidad.

Durante el día, se movía como un un joven casi normal. Iba a estudiar en bicicleta y tenía buenas notas.

Benjamín había caminado durante algunos minutos y ahora estaba frente al edificio que anteriormente había divisado a la distancia.

Alguien estaba tocando el saxofón, era una melodía suave e hipnótica.

Mientras se encontraba de pie frente al edificio, pudo ver lo que parecía ser un hombre, estaba bañado por la extraña luz verduzca, sentado en una mesa en una pequeña sala de estar, ajeno al mundo que lo rodeaba, prácticamente fuera del mundo.

Su cuerpo era alto, larguirucho, sus piernas eran cortas y macizas, sus brazos delgados culminaban en unos dedos muy largos y puntiagudos y su cabeza, en su mayoría redonda, no parecía tener ningún hueso, se asemejaba a la cabeza de un pulpo. Un clásico espíritu oscuro pobremente encarnado.

Benjamín miró a su alrededor para ver si alguien estaba lo suficientemente cerca para escuchar.

Nadie a la vista. Así que desenfundó su pesado revólver y disparó tres tiros. El desafortunado engendro alcanzó a darse vuelta y observó al Doomruul, pero nada pudo hacer para cancelar su destino. La cefalópoda cabeza reventó, manchando las paredes con una sangre oscura y espesa.

Por un momento, los recuerdos de su primera noche de cacería habían regresado, incluidos los gritos y toda la muerte a su alrededor. Y las sensaciones que lo invadían continuaban siendo las mismas.

Benjamín, el Doomruul, sacudió la cabeza y continuó deambulando por el pueblo hasta las últimas horas de la noche.

Como ya era costumbre, las monjas lo encontraron a la mañana siguiente en su casa, desorientado, cubierto de sangre oscura y preguntándose por qué.

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