conticinio

Hay palabras que no se usan, sino que se custodian. El conticinio es una de ellas. No es un término, es un rito fonético que invoca lo innombrable: ese instante de la noche en el que todo calla, cuando el mundo parece contener la respiración. La palabra misma lo dice: viene del latín conticinium, que a su vez se deriva de conticescere: “enmudecer”. No es la noche bulliciosa, ni el alba que se anuncia; es el medio exacto, la pausa entre dos respiros.

En la llanura abierta, el conticinio adquiere una dimensión propia. No es solo silencio, sino una cualidad más del espacio. Es cuando el viento se aquieta y la tierra, aún caliente del día, exhala un último suspiro. Es la hora en que el río deja de golpear la orilla para convertirse en un espejo negro, inmóvil, donde las luces de la ciudad se clavan como estrellas fallidas. En ese momento, uno podría creer que el universo se detiene a escuchar su propio latido.

Pero el conticinio no es paz. Quien haya caminado solo a esa hora sabe que es un silencio activo, cargado de presencia. Es cuando los fantasmas interiores se atreven a salir, cuando las preguntas que el griterío ahuyenta se ponen de pie y exigen respuesta. En ese intervalo, el alma puede sentir el peso de su propia infinitud, o la sombra de un pasado que no termina de irse. El conticinio es el reino de la introspección, el territorio del que ha dejado de huir de sí mismo. Es, en definitiva, un gran momento para escribir.

Hoy, en ciudades que nunca duermen, el conticinio parece extinguido. Lo hemos llenado de ruido artificial, de pantallas que brillan en la oscuridad, de una prisa que no conoce tregua. Perder esa palabra es perder más que un vocablo; es olvidar que hay un ritmo natural en el caos, un descanso necesario para el oído y el alma. Es renunciar a ese momento en que, al callar el mundo, podemos oír por fin lo que llevamos dentro.

Guardo la palabra como se guarda una llave antigua. No sé si alguna puerta abrirá todavía, pero su peso en el bolsillo del lenguaje me recuerda que hubo, y tal vez aún haya, un espacio para el silencio colectivo. Un instante en el que todo se suspende, y el hombre, a solas con su sombra, puede sentir el vértigo de ser parte de algo más vasto y callado que él mismo.

El conticinio es, después de todo, solo un refugio lingüístico. Un lugar al que podemos volver, aunque solo sea pronunciando su nombre, para recordar que en el centro del torbellino siempre existe un ojo quieto, un punto mudo desde el cual observar el desplome de las horas.

Hay palabras que no se usan, sino que se custodian. El conticinio es una de ellas. No es un término, es un rito fonético que invoca lo innom...

Tenemos el arte para no morir de la verdad

La frase de Nietzsche: "Tenemos el arte para no morir (a causa) de la verdad", se volvió un lugar común, un amuleto de autoayuda. Ya la conocés. Aparece en tazas, en el perfil de alguien que comparte poesía, en sobrecitos de azúcar. La hemos domesticado hasta creer que sugiere un refugio: una manta contra el frío de lo real. Es un error.

Porque la verdad en Nietzsche no solo es incómoda; es violenta y caótica. Es un huracán que desgarra, un ácido que disuelve toda certeza. Mirarla de frente no entristece; despedaza.

Frente a eso, el cliché ofrece un arte-bálsamo, un analgésico. Pero el verdadero arte nietzscheano no es un escudo; es un arma mejor afilada que la verdad. No se trata de esconderse de la tormenta, sino de aprender a respirar dentro del tornado, de robarle sus relámpagos para escribir con ellos. La verdad te muestra el abismo; el arte te enseña a cabalgar sobre el lomo del monstruo.

Hace un tiempo escribí la siguiente descripción para explicar lo que hago, intenté capturar la idea de la escritura como la fuerza para sostener las riendas del caos:

"Hoy dejo cabalgar libres a mis bárbaras fantasías sobre el negro lomo de las terribles bestias de tinta, lanzadas a fuerza de dientes, hierros, suspenso y garras; a la conquista de las níveas estepas en el incalculable Imperio Ficticio".

Creo que el arte no consuela: desgarra para luego suturar con hilos de oro, dejando una cicatriz más fuerte que la piel original. La tragedia griega, que obsesionaba a Nietzsche, no era un cuento reconfortante; era una carnicería metafísica que, sin embargo, fortalecía: era el espectáculo de un hijo descuartizando a su madre, de un rey arrancándose los ojos, de un héroe devorado por su propio destino. El arte toma el grito puro de la existencia y lo obliga a pasar por la garganta de un coro, sometiéndolo a ritmo y forma. Convirtiendo el dolor en canto.

Por eso el cliché es un insulto. Reduce el arte a sedante, cuando Nietzsche lo concibió como espuela. La próxima vez que escuches esa frase, no pienses en un refugio o una distracción. El arte debe hacerte capaz de sentir todo el horror de la verdad sobre los hombros y, no solo seguir en pie, sino bailar bajo su peso.



La frase de Nietzsche: "Tenemos el arte para no morir (a causa) de la verdad" , se volvió un lugar común, un amuleto de autoayuda...

Javier Andújar

Uno debe imaginar a Sísifo feliz, dice Camus. Pero si la piedra es un castigo, ¿dónde reside esa felicidad? No puede estar en alcanzar la cima, porque es solo un instante que la gravedad arrebata de inmediato. Tal vez se encuentre en el descenso, cuando Sísifo, consciente de su destino, decide hacer suya la piedra. Es una felicidad que no reside en la victoria, sino en la dignidad con la que carga su piedra. Una alegría que nace de la fortaleza de quien elige aceptar sus problemas, sus miserias, sus pérdidas, sus límites, el peso de los años, la indiferencia del mundo y el vértigo de su propia libertad. En definitiva, de quien decide aceptar su vida. Y ante la montaña inconmovible que se erige enfrente, decide empujar, una y otra vez, hallando significado no en la cima, sino en la fuerza con la que empuja.



Uno debe imaginar a Sísifo feliz, dice Camus. Pero si la piedra es un castigo, ¿dónde reside esa felicidad? No puede estar en alcanzar la ci...

El mito de Sísifo

"Hay que imaginarse a Sísifo feliz".

Camus me plantea si la vida merece ser vivida. Una pregunta tan incómoda como necesaria.



"Hay que imaginarse a Sísifo feliz". Camus me plantea si la vida merece ser vivida. Una pregunta tan incómoda como necesaria. ...

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No subo cualquier foto. Solo aquellas que guardan instantes robados al tiempo —un susurro de luz, una momento fugaz—, esos fragmentos del mundo que me obligaron a abrir la cámara del celular. No son profesionales, ni lo pretenden: son mis capturas, las que tomé con lo que tenía a mano, las que me hicieron decir "vale la pena guardar esto". A fin de cuentas, subo lo que me roba una reflexión y nada más.

Hoy traigo un atardecer: una torre, avara, que atrapó el último oro del día entre sus ventanas.

No subo cualquier foto. Solo aquellas que guardan instantes robados al tiempo —un susurro de luz, una momento fugaz—, esos fragmentos del m...

Esto es lo que somos

Somos tinta y sangre. Si una se seca, la otra deja de correr por las venas.

#escritores ✒️🩸

Somos tinta y sangre. Si una se seca, la otra deja de correr por las venas. #escritores ✒️🩸